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jueves, abril 09, 2020

Cuando los economistas predicen el futuro

Predecir el futuro es una actividad demasiado osada para los economistas. Sin embargo, no hay economista que no haya pretendido hacerlo alguna vez. Parte de nuestro trabajo en realidad, es develar a nuestros interlocutores cómo se comportarán el PBI, la inflación, el crédito, las exportaciones, el empleo, la pobreza, etc. Sobre todo en épocas como ésta para saber qué medidas habrá que tomar. Tamaña responsabilidad que se nos endilga.

Predecir, proyectar, estimar, calcular, todo. Casi todo forma parte del quehacer predictivo de un economista.

Las herramientas estadísticas y econométricas con las que nos formamos nos dotan de una extraordinaria sensación de maestría con la cual, no sólo nos atrevemos a hacer predicciones, sino que luego podemos explicar, con toda naturalidad, porqué no ocurrió lo que habíamos previsto.

La explicación es sencilla. Simplemente la realidad no se comportó como predecía el modelo. El problema no fue nuestro modelo, el problema fue la realidad que no se comportó tal como lo habíamos concebido. Si torturas a la data lo suficiente, decía Coase, la naturaleza confesará.

Este tipo de situaciones siempre me ha hecho recordar las célebres palabras de Winston Churchill que reza así:

"El político debe ser capaz de predecir lo que va a pasar mañana, el mes próximo y el año que viene; y de explicar después por qué fue que no ocurrió lo que el predijo."

Lo curioso de esta frase es que fue enunciada para referirse a la tarea que realizan los políticos, no para lo que hacen los economistas. Algo que resulta muy informativo pues, es recurrente que los economistas tengan una voz autoritativa para opinar sobre el discurrir de la política, compitiendo y ganando posiciones para colocarse en un nivel muy por encima de los políticos y sobre todo, por encima de otras profesiones que se irrogan por naturaleza el análisis de la ley y la política, los abogados y los sociólogos.

Pero ¿Cuántas veces falla un economista en sus predicciones? Esta pregunta no parece ser un problema que preocupe a la opinión pública. Pero recientemente, ante la recurrencia de grandes crisis económicas y financieras, que nunca fueron previstos ni en la clase más modesta de macroeconomía de alguna renombrada universidad, ha provocado que expertos de la propia rama y de otras ramas de las ciencias -las llamadas ciencias duras- cuestionen seriamente las bases mismas de las ciencias económicas.

Una de las primeras críticas es cómo puede un economista predecir el futuro si no es capaz de controlar las variables que modela en un laboratorio. La economía -señala la crítica- no es una ciencia experimental. Nadie puede verificar en un laboratorio sus hipótesis si ni siquiera genera los datos para probarlos.

Es cierto, nunca en los años que estudié en la universidad fue necesario que vista una bata blanca, ponerme unas gafas de seguridad, ni usar una báscula, o una pipeta o un termómetro para medir la inflación, pesar el desempleo o agitar el PBI en un entorno controlado. Nuestro oficio depende de los datos generados por otros especialistas, estadísticos básicamente, con definiciones y aspectos operativos que muchas veces no nos detenemos a pensar cómo fueron ejecutados como para verificar que ese era realmente el tipo de información que necesitábamos para nuestro análisis.

Confiamos casi ciegamente en la arquitectura de datos que tenemos actualmente a nuestra disposición, pero que se diseñó en los años treinta con la genialidad aportada por un economista como Simon Kuznets. Gracias a su contribución, la economía se volvió una ciencia empírica por lo menos.

De esta manera, para evaluar nuestros modelos conceptuales, no hay nada mejor que armarse de una buena laptop y el software estadístico de moda para evaluar los datos que recopilamos de las fuentes autorizadas. Si contamos con financiamiento, es posible que se pueda generar datos propios, pero estos esfuerzos suelen ser muy caros y por esta razón, sirven para una sola temporada y se acabó. Si no se generan datos de series de tiempo, aquel esfuerzo corre el riesgo de quedar en el olvido. En realidad, sólo el Estado con su maquinaria administrativa de envergadura nacional está habilitado para generar grandes y frecuentes cantidades de datos e indicadores que los economistas suelen utilizar en sus investigaciones. Y se los utiliza sin mayor reparo como si el Estado no tuviera libre de sesgos al preparar tales informaciones.

La segunda crítica con la que se ataca a la teoría económica tiene que ver con el apego a la realidad de sus presupuestos analíticos más importantes para entender el mundo ¿Qué es el homo economicus? ¿Maximiza uno siempre su utilidad? ¿Es posible ver la curva de utilidad social? ¿Por qué todo debe tender al equilibrio si la realidad hoy en día es precisamente todo lo contrario? La incapacidad de responder con coherencia a estas preguntas ha llevado a afirmar que la economía no es para nada una ciencia sino tan solo una ideología con un lenguaje bien definido y estructurado, como bien apunta Sartori. Una visión política difícil de contradecir a menos que uno sea capaz de manejar su lenguaje, pese a que el ciudadano promedio la tiene en su boca o ante sus ojos en los titulares de los diarios todos los días.

Por ello, no es extraño escuchar historias con las cuales se mofan del quehacer de un economista. Cuando conjeturaba con mis alumnos en las clases de metodología de la investigación en la UNI solía contarles la siguiente.

Tres hombres quedaron náufragos en una isla remota. Uno de ellos era un químico, el otro era un físico y el último, un economista. Todo ellos estaban hambrientos pero para suerte suya, había una lata de conserva de alimentos justo a sus pies. El problema entonces era abrir la lata. El químico fue el primero en aventurarse a sugerir que él podía preparar una reacción con algunos insumos para corroer la lata y así liberar los alimentos.

- "Dada nuestra urgencia, el proceso sugerido será muy largo y angustiante. Necesitamos un método costo eficiente...", comentó el economista.

- "Yo tengo una solución rápida y segura" afirmó el físico. Los hombres inquirieron cuál era su propuesta. A lo que el físico replicó explicando que iba a preparar una catapulta para lanzar la lata con una potencia y ángulo determinados para que esta se estrelle contra una pared de piedra que tenían allá al frente.

-"Demasiado tosco y sucio" Replicó nuevamente el economista. "La violencia del impacto abriría con seguridad la lata pero eso provocaría que los alimentos se esparzan por la tierra echándose a perder. No es costo efectivo", afirmó con serenidad.

El químico y el físico, notoriamente molestos, le replicaron al economista al unísono preguntándole cómo pensaba resolver el problema de manera eficiente y efectiva. A lo que el economista respondió sin conmoverse, apartando su vista de ellos y mirando con sus ojos encendidos hacia su mano alzada como si sostuviera algo, iluminada por los rayos del sol,

- "Supongamos que tenemos un abrelatas..."
Claramente, para cuestionar a un economista, no hay que cuestionar sus datos (mentira, es lo primero que se hace, pero me refiero para ir más al fondo). Lo que hay que cuestionar son sus supuestos y su visión del funcionamiento del mundo. De paso, solamente en la economía ha ocurrido que dos puntos de vista totalmente divergentes, pero que apuntaban al mismo objetivo, brindar de modelos de desarrollo alternativos para los países del tercer mundo, fueron galardonados por el Premio Nobel el mismo año, en 1979.

La tercera crítica más importante tiene que ver precisamente con lo que forma parte del "orgullo economista", si cabe el término. Aunque hacemos gala de tener un manejo elevado de matemáticas, en realidad no recibimos el suficiente entrenamiento en estas artes como para jactarnos de que dominamos este arte eterno mejor que los químicos o los físicos. El más sofisticado econometrista que escriba algún estudio lleno de fórmulas complicadas, palidecería frente a las herramientas algebráicas y estadísticas que manejan las ciencias duras. Yo aprendí esta lección en 1996, cuando realicé mis prácticas profesionales de invierno en Petroperú.

Casi al iniciar la temporada, mi tutor y amigo, un notable economista sanmarquino, arregló un almuerzo informal de bienvenida con un alto funcionario de la empresa que muy gentilmente accedió a compartir la mesa conmigo. Lo que nos unía con aquel extraño era que habíamos estudiado en la Universidad Nacional de Ingeniería. Mi amigo tuvo la genial idea de que conociendo a alguien de mi propia casa de estudios podría adentrarme con facilidad en la realidad de la empresa. El único detalle era que él era ingeniero químico y yo era, una extraña variante de las ciencias económicas, era un ingeniero economista.

De pronto, mientras comíamos y conversábamos, el funcionario espetó las siguientes palabras:

- El problema de porqué la economía funciona tan mal se encuentra en ustedes mismos, los economistas.

Con rostro confundido le repliqué porqué pensaba así.

- "Mira hijo..." - me dijo, "Nosotros para tratar de explicar y modelar el comportamiento de entes inertes llevamos muchas más matemáticas que ustedes, y ustedes quieren sorprendernos tratando de modelar la realidad de millones de seres vivos que tienen motivos y comportamientos muy disímiles entre sí que ni yo osaría a intentar modelar..."

Me quedé sin palabras. Acto seguido, pasó a cuestionar mis primeros pasos en la carrera como ingeniero economista de la siguiente manera:

- A todo esto, ¿Qué es un ingeniero economista? ¿En qué se diferencia de un economista así nomás a secas?

Me agarró desprevenido. Yo atiné a señalar que la carrera que había estudiado se creó en una época en que el país creía en la necesidad de planificar para desarrollarse. Para ello recordé vagamente el mantra que inspira a todos los que estudian en sus aulas pronunciado en 1964 por su ilustre fundador, Luis Felipe de Las Casas:

"Existe hoy, en nuestro mundo, un campo más amplio, para la aplicación de los conocimientos físico-matemáticos del ingeniero, que hasta el momento no han sido ejercitados en nuestro país encausados académicamente por la UNI. Nos referimos a una nueva especialidad, función técnica y fin social de la ingeniería que se está imponiendo en el mundo: la ingeniería económica y social".

- "El ingeniero economista está preparado para organizar al resto de las ingenierías para promover el desarrollo del Perú. El economista es como algo más teórico", le dije con mayor seguridad de mí mismo en ese momento.

El simplemente se sonrió. No quería abatirme más seguramente en mi orgullo propio.

He tardado años para entender que hace realmente un economista o un ingeniero economista en una realidad como la peruana. Dos lecturas me han resultado particularmente útiles en esa búsqueda por esclarecer nuestro rol en esta sociedad. Una pertenece a Gregory Mankiw y la otra a Adolfo Figueroa. Ambos, sorprendentemente coinciden que el quehacer más importante de un economista es hacer política.

Figueroa sentencia que los economistas peruanos, todos sin excepción, son en realidad ingenieros en el sentido que no producen ninguna teoría nueva a partir de la realidad con la que interactúan. Utilizan todo el arsenal filosófico y matemático con el que se los equipa para resolver los problemas del desarrollo en países como el nuestro. Los economistas teóricos, explica Figueroa, se encuentran en el primer mundo, siguiendo una suerte de división internacional del conocimiento económico asociado a la desigualdad de la riqueza, y son los que se encargan de desarrollar y presentar las nuevas teorías que guiarán el crecimiento en el mundo.

Mankiw coincide con Figueroa que existen dos tipos de economistas, los que salen del MIT y el resto, a los que llama "los macroeconometristas". Hace la honesta observación que los economistas del MIT han sido mucho más útiles y confiables para guiar la política económica y monetaria cuando se les ha encargado la jefatura de la Reserva Federal para lo cual les ha bastado utilizar el instrumental de medidas derivadas del consenso teórico de los años treinta. Los macroeconometristas por su parte, se han dedicado más bien a diseñar modelos econométricos cada vez más sofisticados uno que el otro, que se han elevado a un nirvana tan alto del conocimiento económico que no tiene ninguna utilidad práctica en la actualidad.

Casi en coincidencia con Figueroa, pero por razones diferentes, Mankiw reclama por el desarrollo de un nuevo consenso de teorías económicas que guíen a las nuevas generaciones de economistas que van a necesitar de un nuevo arsenal de herramientas de política económica para enfrentar entornos altamente volátiles y turbulentos.

Quizás, dejar de pretender parecernos a los matemáticos y más bien aproximarnos a otras ramas de la ciencia, como la medicina y la psicología permitirá un relanzamiento de esta materia con nuevas ideas. De hecho, uno de los recientes Premio Nobel de Economía fue otorgado a un psicólogo, David Kahneman, que se atrevió a poner en duda las bases hipotéticas del comportamiento económico a través de experimentos controlados en laboratorios de economía que cada vez más, se están haciendo populares en las principales universidades del mundo.

Pero la rama no reconocida de economistas -por parte del mainstream-, son los que hacen análisis histórico, político, económico y social comparado para hacer sus proyecciones. Piketty es un buen ejemplo de esta rama. Pero el más destacado, en mi humilde opinión, por su notable capacidad para predecir la crisis financiera global del año 2009, sin haber hecho uso de una sola fórmula econométrica en su tesis doctoral, es el economista que se ganó el apodo de "Doctor Catástrofe", el Sr. Nouriel Roubini. De hecho, fiel a su etilo, en julio del año pasado predijo públicamente que una nueva recesión mundial ocurriría este año. Para esta predicción, se basó en su análisis de las tensas relaciones comerciales sino-americanas y el comportamiento errático del mercado global del petróleo. Ambos factores alcanzaron su clímax en febrero de este año, cuando la crisis sanitaria del coronavirus estaba en pleno apogeo en Wuhan.

¿Habrá sido el coronavirus parte de esta previsión?

Señores y señoras, aquí no hacemos especulaciones. Luego de culminar mi carrera, me convencí que era necesario que entienda la política para tener un mayor alcance sobre mi quehacer como economista, perdón, como ingeniero economista. Desde entonces, he venido asesorando en el Congreso y en el Ejecutivo, contribuyendo con mis predicciones y recomendaciones a quienes lideran el desarrollo del país.

Hoy sin embargo, estamos en un momento singular. El reto es aún mayor. Se trata de sobrevivir y reactivar la economía. La viabilidad del país es la que se estaría poniendo en cuestión. La legión de economistas destacados que trabajan en nuestro país están poniendo su cuota convergiendo desde sus trincheras en poner el Perú primero. Vamos a salir de esta, estoy seguro, y con éxito.

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