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lunes, abril 27, 2020

La mala leche de Guezzi-Segura

Ha surgido una cierta "mala leche" con respecto al manejo de la crisis sanitaria. Me refiero a los artículos escritos por los ex ministros Piero Guezzi y Alonso Segura quienes han logrado posicionarse bastante bien con su argumentación de que la política del "martillo" -la del confinamiento masivo y otros relacionados- habría fallado, porque por decirlo de una manera, este no ha tenido la fortaleza adecuada ni la precisión requerida para "chancar" la curva de contagio del coronavirus en nuestra sociedad.

Para sostener su punto, evidencian algunas características bastante conocidas en nuestra realidad, como por ejemplo el alto nivel de informalidad del mercado laboral. Más del 70% de la población económicamente activa vive de su trabajo del día y por tanto, se les hace difícil cumplir con la cuarentena. Por ello, las medidas de confinamiento serían inefectivas por el elevado nivel de incumplimiento a la campaña #quédateencasa.

Acto seguido, indican que han utilizado una calculadora epidemiológica online para reproducir las curvas de contagios, mortalidad, hospitalizaciones y recuperaciones peruana, que a mi parecer, es una página bastante útil y buena también. Pero los autores aseguran que han logrado replicar la curva de contagios nacional -y relacionados- estableciendo la variable central de preocupación en su evolución, el ratio de reproducción, en un valor cercano a la mediana, esto es 2.2.

Eso significa que, comparado con lo que habría logrado la primera ministra alemana, de acercar su Ro a 1.2, nosotros claramente, no habríamos cumplido con la meta. Es decir, lograr que el martillo hiciera que el R0 caiga por debajo de la unidad, requiere de una estrategia completamente distinta a la llevada a cabo por nuestro país.

Finalmente, los autores ponen en cuestión la veracidad de la información publicada por el gobierno sobre el avance de la enfermedad. Esto lo hacen porque parten del supuesto de la inutilidad de las pruebas masivas que se vienen aplicando entre la población, reportando supuestamente un elevado número de casos que son falsos negativos. Algo que sustentan con el lamentable caso de un ex congresista, utilizando un valor extremo para demostrar un evento que sólo sería recurrente hasta en un 5% de los casos. En cualquier caso, ellos manifiestan que se centran en evaluar la data "más dura" que serían las hospitalizaciones y las muertes reportadas.

Sus recomendaciones culminan señalando que sería bueno que se levante el martillo y que se pase de una buena vez al modo business as usual. El costo de postergar el reinicio de la actividad económica haría que el sistema peruano pierda capacidad para recuperarse con mayor facilidad que en el pasado. Asimismo echan luz sobre sus recomendaciones "low tech" que determinaría un escenario de manejo "inteligente" de la curva de contagios, post coronavirus.

¿Es realmente el "martillo" miope y blando? Pese a que las estadísticas de Google Mobility demuestran que el grado de movilidad de la población ha caído en alrededor del 80% con respecto a la situación previa a la crisis, los autores pasan por alto dicha información y sus implicaciones. Es data dura y verificable sobre cómo ha funcionado el cumplimiento de la cuarentena. Sorprende realmente para el caso peruano, evidenciando que la movilidad observada en los últimos días es circunstancial, -y quizás magnificada por la constante exposición mediática- pero de ninguna manera representa un desbocamiento de la política de confinamiento y distanciamiento social.

La confianza en la efectividad de estas medidas -no sólo aquí en Perú, sino en el resto del planeta- radica en que se refuerza el cumplimiento de esta medida con una serie de medidas complementarias que aseguren su objetivo.

Pero junto con las medidas orientadas a "aplanar la curva" el gobierno ha venido implementando -con todo lo que ello significa en las actuales circunstancias- medidas para elevar la capacidad de respuesta del sistema de salud. Se ha elevado la cantidad de camas disponibles para hospitalización, se ha integrado el sistema de reportes, y se ha incrementado la cantidad de máquinas de respiración disponibles en más de un 200%. La idea es que todo el país vea reforzado significativamente el sistema de salud para asegurar que tengan los cuidados necesarios para las víctimas más severas de esta crisis. Esta es la estrategia más importante que se ha venido implementando, con el tiempo ganado por la cuarentena.

Creo que en este punto la hipótesis de ineficacia del martillo no se debe al instrumento en sí, sino más bien a que el virus se ha expandido lo suficientemente rápido desde antes del momento de su aplicación. La decisión de hacer la cuarentena se tomó apenas 9 días después del primer caso reportado (línea roja vertical). Pero, pese a ser temprano, ya era muy tarde verdaderamente.

Algunos indicios de que el virus habría corrido mucho tiempo antes que se reportara oficialmente el primer caso de contagio de coronavirus el 6 de marzo (línea celeste vertical) -el joven que venía de vacaciones de Europa-, es el primer caso grave de esta enfermedad que ingresó al hospital Rebagliati. El sacerdote se contagió luego de haber interactuado con unos visitantes de Europa y se puso muy grave el 11 de marzo (línea azul vertical). Estos visitantes probablemente también hayan contagiado a otras personas, en Villa María del Triunfo, en un barrio popular de Lima Metropolitana. Seguramente varios de ellos han debido manifestar sus síntomas y verificar la enfermedad a través de las pruebas correspondientes.

Pero lo cierto, muy probablemente, es que el virus ya estuviera bastante difundido, informalmente hablando, antes que se reportara el primer caso oficial de coronavirus. De manera que, la aplicación de medidas que se dieron en su momento -sin titubear- igual habrían llegado un poco tarde. Un aspecto que muy poco se ha evaluado y verificado. Las pruebas serológicas podrían ayudar de alguna manera a verificar este asunto.

En segundo lugar, ¿Qué tanto consiguieron Guezzi, Segura y sus asistentes, que la fórmula on-line efectivamente reproduzca las curvas de contagio, mortalidad, recuperaciones, UCI, con la data disponible para nuestro país?

He revisado la página de la calculadora on-line, y he verificado que hay más de una docena de variables que es necesario establecer un valor de partida, junto con el ratio de reproducción (R0). Puedo asegurar que la curva que emerge, no representa con mediana precisión la data real observada ni proyectada por otras características que falta definir en esa página.

Pero mi crítica va más allá pues existe más de una decena de estudios, algunos de ellos incorporados en la base de datos de investigaciones de la prestigiosa revista médica Lancet, que señalan básicamente lo siguiente: determinar R0 es bastante complicado con datos de series cortas. Es necesario recopilar la información suficiente y adecuada -incluso hasta después que se termine la epidemia- y contrastar los diferentes modelos matemáticos disponibles para calcular el valor de R0 con seguridad científica. Alex Fisher del NYT ha documentado este problema con amplitud en su columna The Interpreter hace menos de una semana como para que no queden dudas de los límites de tener una fijación sobre este indicador únicamente.

Pero Segura y Guezzi no reportan ningún trabajo ni documento adjunto de investigación donde reporten cuál ha sido la configuración exacta de los valores para estimar las curvas de contagio, mortalidad y recuperación de aquella página. Tampoco muestran los test aplicables para verificar que la curva encontrada efectivamente es estadísticamente igual a la curva de datos observada.

De hecho cuando uno entra a la citada página, lo primero que encuentras es que la variable R0 ya está puesto en un valor aproximado a 2.2. Y eso, tomado así a la ligera, no ayuda a la transparencia y solidez de la argumentación. Sin embargo, se dan el lujo de opinar en dicho artículo y en otro aparecido ayer diciendo que ellos si han visto el R0 peruano que nunca ha pasado por debajo de la unidad, como se requiere para terminar con la epidemia. Si eso fuera finalmente cierto, ¿Por qué cualquiera de las configuraciones que uno escoja en las variables, hace que las curvas siempre terminen mostrando que la epidemia termina?.

La calidad de los datos reportada por el MINSA es buena. Pero existen procedimientos que han sido explicados por el Ministro de Salud que indica que pueden existir cambios menores luego que se depuren errores y omisiones que felizmente se complementan de manera oportuna. No es algo extraño que se produzca. Lo extraño es que se pretenda utilizar esta supuesta inestabilidad en el reporte de información para argumentar que se está mintiendo al país.

Finalmente, el Presidente resolvió cerrar su decisión de extender la cuarentena un par de semanas adicionales. Esta decisión ha hecho perfecto eco con el sentido de mucha gente en el país que era necesario hacer esto para contener el avance de la pandemia.

Por supuesto, la economía y la salud mental de muchos va a quedar deteriorada. Pero el ánimo, laboriosidad y capacidad de adaptación no han sido derrotados en los peruanos, así que es bastante probable que la recuperación sea razonablemente rápida. Tocará que todos pongamos la mano para que esto sea así. Y ojalá el sistema de salud que tengamos luego de la pandemia, sea perfeccionado oportunamente y se garantice el acceso universal para todos los peruanos, como fue el deseo de este gobierno precisamente este año, al denominarlo -quizás sin saberlo que iba a tener una ayuda insospechada para lograr que sea así- "año de la universalización de la salud".



martes, abril 14, 2020

LA SEGUNDA OLA COVID-19

Uno de los temas que está concitando un interesante debate es, si luego que se levante probablemente el estado de emergencia este fin de mes, tendremos poco tiempo después un eventual repunte de la crisis sanitaria que obligue a una nueva declaración de emergencia. Es lo que se llamaría la segunda ola COVID-19.

Esto se debe a que, cuando se levante "el martillo", según la evaluación que se considere en su momento, pese a que continúen las medidas de distanciamiento social, y algunas restricciones específicas sobre ciertas actividades que generen aglomeración, puede ocurrir que la población busque desesperadamente recuperar su estado normal previo a la declaratoria de emergencia. No sólo en términos laborales, sino también en términos del relacionamiento social que nos caracteriza.

La pregunta que emerge entonces es la siguiente, ¿Tendremos realmente una segunda ola coronavirus?

Carlos Ganoza tiene un buen artículo en la revista digital Medium.com donde aparte de explicar las opciones de estrategia de política de control epidemiológico y económico a seguir luego de levantarse "el martillo", también da cuenta de un dato interesante. Existen buenas chances de que ocurra la segunda ola COVID-19.

Las evidencias están a la mano.

El 8 de abril, la revista Lancet ha publicado una nota de advertencia de dos investigadores que postulan la posibilidad de una segunda ola de COVID-19 en la medida que el resto del mundo ha tenido severos problemas para lidiar con la pandemia. Eso significa que una coincidencia entre la relajación de las medidas de cuarentena y distanciamiento social con la apertura a interactuar con los países que aún no salen de su crisis, provoque una segunda ola de contagios de este mal.

El 18 de marzo, una encuesta publicada de la Universidad de Amherst realizada entre expertos epidemiólogos asegura que el 73% está seguro que habría una segunda ola COVID-19 entre agosto y diciembre de este año. El New York Times ha reportado que existen evidencias de que esto ya estaría sucediendo en ciudades como Hong Kong, Taiwan y Singapur. Como se sabe, en estas ciudades, se habría controlado la epidemia con una buena estrategia de control tecnológico, pruebas masivas y cuarentenas individualizadas.

Semanas antes, el 9 de marzo, la Unidad de Inteligencia de la Revista The Economist ya había hecho referencia a esta posibilidad, pero como una ola de menor tamaño luego del mes de septiembre. Literalmente dice lo siguiente: "We then expect the virus to re‑emerge as a seasonal virus, but for governments to be better prepared to handle its return.".

Finalmente, un artículo del 10 de marzo del periódico The Washington Post reporta cómo la doble curva se produjo en la ciudad de Saint Louis en la crisis sanitaria de la gripe de 1918.


Quiero destacar sin embargo tres cuestiones sobre dicha curva que reproduzco en este post luego de traducir el título y la explicación a la derecha. Lo primero, que el estudio que reporta ese gráfico está disponible gratis en el enlace a continuación para que revisen los detalles que se han investigado en torno a dicha gripe.

https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC1849867/

Lo segundo, es que la segunda ola de la gripe que se observa en Saint Louis ocurrió en el mes de diciembre, justo cuando el invierno comienza a arreciar en el hemisferio norte.

Lo tercero, es que esta curva no es de CONTAGIOS, sino es la curva de FALLECIDOS. Podríamos pensar que gran parte del trabajo y sacrificio que ha significado contener el avance de la epidemia ha enfocado en la idea "aplanar" la curva de contagios. Cuando en realidad, lo que nos debería haber preocupado en el fondo era aplanar la curva de fallecidos.

Podríamos elucubrar que si tomamos el control de la primera, podríamos esperar que como resultado controlemos la segunda como si fuera un efecto espejo. Pero esto no tendría porque ser necesariamente así en la medida de que lo que determinaría finalmente que se produzcan las muertes por esta gripe es el límite de la capacidad de respuesta de nuestro sistema de salud.

Como ya ha señalado el Presidente y lo han discutido varias fuentes, sólo tenemos capacidad para atender en UCI a unas 504 personas. Se está trabajando intensamente para incrementar este umbral que es lo que finalmente determinará las posibilidades de sobrevivencia de una persona por sobre otra que no tenga acceso a estos cuidados.

¿Qué es lo que determina que una persona que contrae el virus se empeore dramáticamente hasta morir?

El artículo publicado en la revista médica inglesa The Lancet titulado "Comprendiendo las rutas hacia la muerte en pacientes con COVID-19" escrito por Jean Louis Vincent, expresa que la principal causa que explica la muerte de un paciente por coronavirus es el fallo respiratorio. Por ello, una primera línea de asistencia para los casos que se consideran severos es pasar a la ventilación mecánica. Si el caso empeora, se puede pasar a una máquina ECMO (Extracorporeal Membrane Oxygenation) con la que el paciente puede estar por semanas antes que de una primera señal positiva de recuperación.

El 16 de marzo, Gestión reportó que contamos con 13 "pulmones artificiales" - las máquinas ECMO- como parte de nuestra segunda y última línea de defensa para los casos más graves de coronavirus. Es posible que una de estas máquinas sea parte del milagro de recuperación del sacerdote Luis Nuñez del Prado, el primer caso grave que se reportó en nuestro país. Pilar Mazzetti -jefa del comando COVID-19- ha expresado que con el tiempo ganado con los martillazos (la declaratoria de emergencia, el pico y placa y otras medidas) dados hasta la fecha para aplanar la curva, se espera incrementar el número de ventiladores de 504 a 759 unidades más. Se tiene información que las máquinas destinadas para anestesiar también podría ser utilizadas como ventiladores con lo que podríamos llegar a tener 800 unidades de ventilación para asistir en UCI, y así salvar más vidas. Pero también sería necesario incrementar la disponibilidad de las otras máquinas para los casos más severos.

Por otro lado, el protocolo aprobado por el MINSA para tratar los casos severos, incluye la administración de una combinación de medicamentos que se ha verificado en algunos pocos estudios ser efectivos contra este virus: hidroxicloroquina más azitromicina. Este tratamiento forma parte del estudio clínico Solidarity liderado por la OMS que se está aplicando al mismo tiempo en 73 países alrededor del planeta para combatir esta pandemia.

En resumen, enfocar los recursos disponibles en invertir en las UCI de nuestro precario sistema de salud podría significar un salto importante para salvar las vidas de personas que se tengan las patologías propias del espectro de enfermedades respiratorias. También nos tendría preparados para enfrentar no sólo una segunda muy probable ola de contagios de coronavirus durante el invierno (junio-agosto) sino para enfrentar las complicaciones de enfermedades respiratorias en general. Esta sería la mejor estrategia a seguir no sólo para la segunda mitad del año sino mirando hacia el largo plazo.

Lo fundamental en este sentido es que el reforzamiento no sólo se concentre en los principales hospitales de Lima y algunas ciudades capital de departamentos. Debería tenerse una capacidad de respuesta existente al menos a lo largo y ancho del país. He oído que hay un debate importante en ese sentido, las ventajas propias de un enfoque comunitario de la atención de la salud versus el enfoque centralizado que es el que habría prevalecido a la fecha en nuestro país.

Digo "habría" porque en realidad, una de las tantas virtudes que ha revelado la ocurrencia de esta epidemia es que ha desnudado uno de los graves problemas que hemos venido postergando como sociedad: la inversión en un sistema de salud público que se respete, y con accesibilidad para todos.

Parece ser que la moda de privatizarlo todo, ha llegado a sus límites, y se nos ha revelado que es necesario tanto en lo que corresponde en educación como en salud, destinar los recursos públicos que son recomendados como mínimo para obtener un capital humano óptimo, competitivo y altamente productivo. La mejora en la educación no puede estar divorciada de la mejora en la salud porque se pone en riesgo la inversión en la primera.

¿De qué nos serviría incrementar puntos en la prueba PISA hasta lograr el liderazgo en la región, si estos chicos podrían contraer enfermedades como el COVID-19, TBC o neumonía y morir por algo que podría haberse evitado de habersele garantizado acceso gratuito a un sistema de salud de calidad?

En la actualidad, el presupuesto dedicado a salud se encuentra alrededor del 2.2% del PBI, cuando lo recomendado se ubica en 6%. Hay pues, hermanos, muchísimo trabajo por hacer y probablemente este sea un legado que el COVID-19 también nos deje, incrementar significativamente la calidad de nuestro sistema de salud a lo largo y ancho del país y garantizar su acceso gratuito a todos los peruanos.

Y ojo, la segunda ola nuestra que podría aparecer en junio, no sería la que vendría de afuera que se pronostica para agosto-septiembre para el hemisferio norte. ¿Tendríamos una ola para fin de año? No lo sabemos, pero tendríamos que estar preparados. La mejor apuesta por ello, es un fortalecimiento significativo e integral del sistema de salud público pensando en el largo plazo.

jueves, abril 09, 2020

Cuando los economistas predicen el futuro

Predecir el futuro es una actividad demasiado osada para los economistas. Sin embargo, no hay economista que no haya pretendido hacerlo alguna vez. Parte de nuestro trabajo en realidad, es develar a nuestros interlocutores cómo se comportarán el PBI, la inflación, el crédito, las exportaciones, el empleo, la pobreza, etc. Sobre todo en épocas como ésta para saber qué medidas habrá que tomar. Tamaña responsabilidad que se nos endilga.

Predecir, proyectar, estimar, calcular, todo. Casi todo forma parte del quehacer predictivo de un economista.

Las herramientas estadísticas y econométricas con las que nos formamos nos dotan de una extraordinaria sensación de maestría con la cual, no sólo nos atrevemos a hacer predicciones, sino que luego podemos explicar, con toda naturalidad, porqué no ocurrió lo que habíamos previsto.

La explicación es sencilla. Simplemente la realidad no se comportó como predecía el modelo. El problema no fue nuestro modelo, el problema fue la realidad que no se comportó tal como lo habíamos concebido. Si torturas a la data lo suficiente, decía Coase, la naturaleza confesará.

Este tipo de situaciones siempre me ha hecho recordar las célebres palabras de Winston Churchill que reza así:

"El político debe ser capaz de predecir lo que va a pasar mañana, el mes próximo y el año que viene; y de explicar después por qué fue que no ocurrió lo que el predijo."

Lo curioso de esta frase es que fue enunciada para referirse a la tarea que realizan los políticos, no para lo que hacen los economistas. Algo que resulta muy informativo pues, es recurrente que los economistas tengan una voz autoritativa para opinar sobre el discurrir de la política, compitiendo y ganando posiciones para colocarse en un nivel muy por encima de los políticos y sobre todo, por encima de otras profesiones que se irrogan por naturaleza el análisis de la ley y la política, los abogados y los sociólogos.

Pero ¿Cuántas veces falla un economista en sus predicciones? Esta pregunta no parece ser un problema que preocupe a la opinión pública. Pero recientemente, ante la recurrencia de grandes crisis económicas y financieras, que nunca fueron previstos ni en la clase más modesta de macroeconomía de alguna renombrada universidad, ha provocado que expertos de la propia rama y de otras ramas de las ciencias -las llamadas ciencias duras- cuestionen seriamente las bases mismas de las ciencias económicas.

Una de las primeras críticas es cómo puede un economista predecir el futuro si no es capaz de controlar las variables que modela en un laboratorio. La economía -señala la crítica- no es una ciencia experimental. Nadie puede verificar en un laboratorio sus hipótesis si ni siquiera genera los datos para probarlos.

Es cierto, nunca en los años que estudié en la universidad fue necesario que vista una bata blanca, ponerme unas gafas de seguridad, ni usar una báscula, o una pipeta o un termómetro para medir la inflación, pesar el desempleo o agitar el PBI en un entorno controlado. Nuestro oficio depende de los datos generados por otros especialistas, estadísticos básicamente, con definiciones y aspectos operativos que muchas veces no nos detenemos a pensar cómo fueron ejecutados como para verificar que ese era realmente el tipo de información que necesitábamos para nuestro análisis.

Confiamos casi ciegamente en la arquitectura de datos que tenemos actualmente a nuestra disposición, pero que se diseñó en los años treinta con la genialidad aportada por un economista como Simon Kuznets. Gracias a su contribución, la economía se volvió una ciencia empírica por lo menos.

De esta manera, para evaluar nuestros modelos conceptuales, no hay nada mejor que armarse de una buena laptop y el software estadístico de moda para evaluar los datos que recopilamos de las fuentes autorizadas. Si contamos con financiamiento, es posible que se pueda generar datos propios, pero estos esfuerzos suelen ser muy caros y por esta razón, sirven para una sola temporada y se acabó. Si no se generan datos de series de tiempo, aquel esfuerzo corre el riesgo de quedar en el olvido. En realidad, sólo el Estado con su maquinaria administrativa de envergadura nacional está habilitado para generar grandes y frecuentes cantidades de datos e indicadores que los economistas suelen utilizar en sus investigaciones. Y se los utiliza sin mayor reparo como si el Estado no tuviera libre de sesgos al preparar tales informaciones.

La segunda crítica con la que se ataca a la teoría económica tiene que ver con el apego a la realidad de sus presupuestos analíticos más importantes para entender el mundo ¿Qué es el homo economicus? ¿Maximiza uno siempre su utilidad? ¿Es posible ver la curva de utilidad social? ¿Por qué todo debe tender al equilibrio si la realidad hoy en día es precisamente todo lo contrario? La incapacidad de responder con coherencia a estas preguntas ha llevado a afirmar que la economía no es para nada una ciencia sino tan solo una ideología con un lenguaje bien definido y estructurado, como bien apunta Sartori. Una visión política difícil de contradecir a menos que uno sea capaz de manejar su lenguaje, pese a que el ciudadano promedio la tiene en su boca o ante sus ojos en los titulares de los diarios todos los días.

Por ello, no es extraño escuchar historias con las cuales se mofan del quehacer de un economista. Cuando conjeturaba con mis alumnos en las clases de metodología de la investigación en la UNI solía contarles la siguiente.

Tres hombres quedaron náufragos en una isla remota. Uno de ellos era un químico, el otro era un físico y el último, un economista. Todo ellos estaban hambrientos pero para suerte suya, había una lata de conserva de alimentos justo a sus pies. El problema entonces era abrir la lata. El químico fue el primero en aventurarse a sugerir que él podía preparar una reacción con algunos insumos para corroer la lata y así liberar los alimentos.

- "Dada nuestra urgencia, el proceso sugerido será muy largo y angustiante. Necesitamos un método costo eficiente...", comentó el economista.

- "Yo tengo una solución rápida y segura" afirmó el físico. Los hombres inquirieron cuál era su propuesta. A lo que el físico replicó explicando que iba a preparar una catapulta para lanzar la lata con una potencia y ángulo determinados para que esta se estrelle contra una pared de piedra que tenían allá al frente.

-"Demasiado tosco y sucio" Replicó nuevamente el economista. "La violencia del impacto abriría con seguridad la lata pero eso provocaría que los alimentos se esparzan por la tierra echándose a perder. No es costo efectivo", afirmó con serenidad.

El químico y el físico, notoriamente molestos, le replicaron al economista al unísono preguntándole cómo pensaba resolver el problema de manera eficiente y efectiva. A lo que el economista respondió sin conmoverse, apartando su vista de ellos y mirando con sus ojos encendidos hacia su mano alzada como si sostuviera algo, iluminada por los rayos del sol,

- "Supongamos que tenemos un abrelatas..."
Claramente, para cuestionar a un economista, no hay que cuestionar sus datos (mentira, es lo primero que se hace, pero me refiero para ir más al fondo). Lo que hay que cuestionar son sus supuestos y su visión del funcionamiento del mundo. De paso, solamente en la economía ha ocurrido que dos puntos de vista totalmente divergentes, pero que apuntaban al mismo objetivo, brindar de modelos de desarrollo alternativos para los países del tercer mundo, fueron galardonados por el Premio Nobel el mismo año, en 1979.

La tercera crítica más importante tiene que ver precisamente con lo que forma parte del "orgullo economista", si cabe el término. Aunque hacemos gala de tener un manejo elevado de matemáticas, en realidad no recibimos el suficiente entrenamiento en estas artes como para jactarnos de que dominamos este arte eterno mejor que los químicos o los físicos. El más sofisticado econometrista que escriba algún estudio lleno de fórmulas complicadas, palidecería frente a las herramientas algebráicas y estadísticas que manejan las ciencias duras. Yo aprendí esta lección en 1996, cuando realicé mis prácticas profesionales de invierno en Petroperú.

Casi al iniciar la temporada, mi tutor y amigo, un notable economista sanmarquino, arregló un almuerzo informal de bienvenida con un alto funcionario de la empresa que muy gentilmente accedió a compartir la mesa conmigo. Lo que nos unía con aquel extraño era que habíamos estudiado en la Universidad Nacional de Ingeniería. Mi amigo tuvo la genial idea de que conociendo a alguien de mi propia casa de estudios podría adentrarme con facilidad en la realidad de la empresa. El único detalle era que él era ingeniero químico y yo era, una extraña variante de las ciencias económicas, era un ingeniero economista.

De pronto, mientras comíamos y conversábamos, el funcionario espetó las siguientes palabras:

- El problema de porqué la economía funciona tan mal se encuentra en ustedes mismos, los economistas.

Con rostro confundido le repliqué porqué pensaba así.

- "Mira hijo..." - me dijo, "Nosotros para tratar de explicar y modelar el comportamiento de entes inertes llevamos muchas más matemáticas que ustedes, y ustedes quieren sorprendernos tratando de modelar la realidad de millones de seres vivos que tienen motivos y comportamientos muy disímiles entre sí que ni yo osaría a intentar modelar..."

Me quedé sin palabras. Acto seguido, pasó a cuestionar mis primeros pasos en la carrera como ingeniero economista de la siguiente manera:

- A todo esto, ¿Qué es un ingeniero economista? ¿En qué se diferencia de un economista así nomás a secas?

Me agarró desprevenido. Yo atiné a señalar que la carrera que había estudiado se creó en una época en que el país creía en la necesidad de planificar para desarrollarse. Para ello recordé vagamente el mantra que inspira a todos los que estudian en sus aulas pronunciado en 1964 por su ilustre fundador, Luis Felipe de Las Casas:

"Existe hoy, en nuestro mundo, un campo más amplio, para la aplicación de los conocimientos físico-matemáticos del ingeniero, que hasta el momento no han sido ejercitados en nuestro país encausados académicamente por la UNI. Nos referimos a una nueva especialidad, función técnica y fin social de la ingeniería que se está imponiendo en el mundo: la ingeniería económica y social".

- "El ingeniero economista está preparado para organizar al resto de las ingenierías para promover el desarrollo del Perú. El economista es como algo más teórico", le dije con mayor seguridad de mí mismo en ese momento.

El simplemente se sonrió. No quería abatirme más seguramente en mi orgullo propio.

He tardado años para entender que hace realmente un economista o un ingeniero economista en una realidad como la peruana. Dos lecturas me han resultado particularmente útiles en esa búsqueda por esclarecer nuestro rol en esta sociedad. Una pertenece a Gregory Mankiw y la otra a Adolfo Figueroa. Ambos, sorprendentemente coinciden que el quehacer más importante de un economista es hacer política.

Figueroa sentencia que los economistas peruanos, todos sin excepción, son en realidad ingenieros en el sentido que no producen ninguna teoría nueva a partir de la realidad con la que interactúan. Utilizan todo el arsenal filosófico y matemático con el que se los equipa para resolver los problemas del desarrollo en países como el nuestro. Los economistas teóricos, explica Figueroa, se encuentran en el primer mundo, siguiendo una suerte de división internacional del conocimiento económico asociado a la desigualdad de la riqueza, y son los que se encargan de desarrollar y presentar las nuevas teorías que guiarán el crecimiento en el mundo.

Mankiw coincide con Figueroa que existen dos tipos de economistas, los que salen del MIT y el resto, a los que llama "los macroeconometristas". Hace la honesta observación que los economistas del MIT han sido mucho más útiles y confiables para guiar la política económica y monetaria cuando se les ha encargado la jefatura de la Reserva Federal para lo cual les ha bastado utilizar el instrumental de medidas derivadas del consenso teórico de los años treinta. Los macroeconometristas por su parte, se han dedicado más bien a diseñar modelos econométricos cada vez más sofisticados uno que el otro, que se han elevado a un nirvana tan alto del conocimiento económico que no tiene ninguna utilidad práctica en la actualidad.

Casi en coincidencia con Figueroa, pero por razones diferentes, Mankiw reclama por el desarrollo de un nuevo consenso de teorías económicas que guíen a las nuevas generaciones de economistas que van a necesitar de un nuevo arsenal de herramientas de política económica para enfrentar entornos altamente volátiles y turbulentos.

Quizás, dejar de pretender parecernos a los matemáticos y más bien aproximarnos a otras ramas de la ciencia, como la medicina y la psicología permitirá un relanzamiento de esta materia con nuevas ideas. De hecho, uno de los recientes Premio Nobel de Economía fue otorgado a un psicólogo, David Kahneman, que se atrevió a poner en duda las bases hipotéticas del comportamiento económico a través de experimentos controlados en laboratorios de economía que cada vez más, se están haciendo populares en las principales universidades del mundo.

Pero la rama no reconocida de economistas -por parte del mainstream-, son los que hacen análisis histórico, político, económico y social comparado para hacer sus proyecciones. Piketty es un buen ejemplo de esta rama. Pero el más destacado, en mi humilde opinión, por su notable capacidad para predecir la crisis financiera global del año 2009, sin haber hecho uso de una sola fórmula econométrica en su tesis doctoral, es el economista que se ganó el apodo de "Doctor Catástrofe", el Sr. Nouriel Roubini. De hecho, fiel a su etilo, en julio del año pasado predijo públicamente que una nueva recesión mundial ocurriría este año. Para esta predicción, se basó en su análisis de las tensas relaciones comerciales sino-americanas y el comportamiento errático del mercado global del petróleo. Ambos factores alcanzaron su clímax en febrero de este año, cuando la crisis sanitaria del coronavirus estaba en pleno apogeo en Wuhan.

¿Habrá sido el coronavirus parte de esta previsión?

Señores y señoras, aquí no hacemos especulaciones. Luego de culminar mi carrera, me convencí que era necesario que entienda la política para tener un mayor alcance sobre mi quehacer como economista, perdón, como ingeniero economista. Desde entonces, he venido asesorando en el Congreso y en el Ejecutivo, contribuyendo con mis predicciones y recomendaciones a quienes lideran el desarrollo del país.

Hoy sin embargo, estamos en un momento singular. El reto es aún mayor. Se trata de sobrevivir y reactivar la economía. La viabilidad del país es la que se estaría poniendo en cuestión. La legión de economistas destacados que trabajan en nuestro país están poniendo su cuota convergiendo desde sus trincheras en poner el Perú primero. Vamos a salir de esta, estoy seguro, y con éxito.