De acuerdo con los traductores,
la palabra “crisis” en japonés está formada por dos caracteres que combinadas
significan: peligro y oportunidad. El conocimiento de esta dualidad ha
inspirado a varios opinólogos de la coyuntura nacional a escribir sobre las
oportunidades de reconstrucción que se abren, luego de que este fenómeno
climatológico que está golpeando al país, denominado “El Niño costero”, termine
su proceso. El problema con estas reflexiones es que las oportunidades de
reconstrucción visionadas y difundidas no necesariamente corresponden a un
principio en el que todos los actores involucrados salgan ganando, sino por el contrario,
se han convertido en un juego perverso en el que algunos ganan a costa de otros.
Veamos.
Martín Vizcarra, y en general, el
gabinete ministerial, ha ganado una oportunidad de plata para reconstruir su
imagen frente a los sofocantes pedidos de interpelación promovidos por la
oposición fujimorista acuartelada en el Congreso. Hasta hace algunos días, la
certeza de la remoción que pendía sobre
su cabeza por la firma y puesta en acción de la adenda y contratos lesivos del
aeropuerto APP de Chinchero fue diluida en un santiamén por la masividad de las
lluvias y huaicos que cayeron sobre Lima y el norte del Perú. Es muy probable
que luego de un par de semanas que pueda recuperar su imagen, el ministro
considere una renuncia honorable para guardarse en sus cuarteles de invierno
como primer vicepresidente del Perú hasta que una segunda oportunidad lo vuelva
a traer a escena.
PPK por su parte, ha argumentado ante
CNN que era impensable declarar al país en emergencia puesto que con tal medida
el gobierno estaría “abriéndole la puerta a la corrupción”. Una decisión que le
ha granjeado ciertas críticas de la ciudadanía ante la evidente gravedad y
magnitud de los impactos del fenómeno climatológico en curso: más de medio
millón de afectados, 100 mil damnificados y casi un centenar de muertos son cifras
del COEN que apenas logran describir esta realidad. Los daños económicos y
sociales podrían fácilmente superar el 5% del PBI nacional[1],
esto es más de 33 mil millones de soles que hacen palidecer los minúsculos
esfuerzos presupuestarios desplegados por el gobierno. Frente a ello, el
anuncio de la próxima designación de un zar de la reconstrucción ha despertado
las sospechas de que al acabar el turbión, los empresarios aprovecharán con
fruición el lanzamiento de un megaprograma de APPs y OxIs en infraestructura
(carreteras, puentes y conexiones) y servicios (agua potable, salud, etc.). Es
muy probable que este programa logrará implementarse con una velocidad
vertiginosa ya que la oposición será nula ante la urgencia del desastre. Sólo
que en este escenario, PPK no suma. Es la piedra que estorba el camino. Lo
grita la CONFIEP. Le hacen eco ciertos partidos políticos.
Aquí es donde el Fujimorismo obtiene
su oportunidad de oro. Literalmente, el Perú estaría a punto de asistir a una
versión actualizada del gobierno de emergencia y reconstrucción nacional que
ejecutó autoritariamente el expresidente durante los noventa, bajo la agenda
del Consenso de Washington. Con la diferencia que en la actualidad se haría
bajo el manto de una democracia maniatada por el fujimorismo moto-taxi en el Parlamento bajo la Agenda
del Consenso de Lima, más neoliberal que la anterior. La vacancia, entonces, le
otorgaría a Keiko la gran oportunidad de reeditar a su padre, pidiendo
facultades delegadas a un parlamento mayoritario para reconstruir el país.
Con este panorama en perspectiva, le corresponde a la izquierda una voz de alarma para redoblar esfuerzos. Las pequeñas-grandes victorias obtenidas con el pueblo al cuasi-derogar los decretos legislativos que amenazaban con violentar los derechos colectivos de los pueblos indígenas y comunidades campesinas y la protección del medio ambiente, la tierra y el agua sólo serán un recuerdo efímero cuando se imponga el huayco naranja con el capitalismo del desastre.
La reconstrucción la debe liderar las propias comunidades de la mano de sus autoridades locales y nacionales, teniendo como ejes el ordenamiento territorial y la prevención con más democracia, transparencia, responsabilidad y sobre todo, solidaridad. La sociedad peruana ha dado clara evidencia de seguir ese ánimo y hay que respaldarlo antes que verlo como como algo accesorio. Nunca más una terapia de shock económico autoritario, como señala Naomi Klein, debiera ser nuestro derrotero.
Con este panorama en perspectiva, le corresponde a la izquierda una voz de alarma para redoblar esfuerzos. Las pequeñas-grandes victorias obtenidas con el pueblo al cuasi-derogar los decretos legislativos que amenazaban con violentar los derechos colectivos de los pueblos indígenas y comunidades campesinas y la protección del medio ambiente, la tierra y el agua sólo serán un recuerdo efímero cuando se imponga el huayco naranja con el capitalismo del desastre.
La reconstrucción la debe liderar las propias comunidades de la mano de sus autoridades locales y nacionales, teniendo como ejes el ordenamiento territorial y la prevención con más democracia, transparencia, responsabilidad y sobre todo, solidaridad. La sociedad peruana ha dado clara evidencia de seguir ese ánimo y hay que respaldarlo antes que verlo como como algo accesorio. Nunca más una terapia de shock económico autoritario, como señala Naomi Klein, debiera ser nuestro derrotero.
[1]
Estimaciones de la CAF señalan que el FEN 1982-1983 tuvo un impacto de US$ 3,283
millones en tanto que el FEN 1997-1998 ascendió a US$ 3500 millones. Estos
equivalieron a 7% y 4.5% del PBI respectivamente.