La trampa peruana de una economía que no demanda talento.
La pregunta no es retórica; describe la paradoja central que ahoga el desarrollo del Perú. Mientras los indicadores macroeconómicos muestran una preocupante caída en la productividad total de los factores —el verdadero motor del crecimiento sostenido—, las aulas universitarias expulsan cada año a más de 135,000 nuevos profesionales. El contraste es brutal: según la encuesta de demanda ocupacional del MTPE, el mercado formal apenas espera generar unos 12,000 nuevos puestos para ellos.
¿Qué está roto en nuestro modelo para que más educación genere menos progreso? La respuesta a este enigma puede encontrarse en las ideas que este año valieron el Premio Nobel de Economía a Philippe Aghion, Peter Howitt y Joel Mokyr. Su trabajo se basa en un concepto de Joseph Schumpeter: el progreso económico no nace de la acumulación, sino de la destrucción creativa; el proceso mediante el cual nuevas empresas, tecnologías e ideas reemplazan a las viejas.
Detrás de esa dinámica está la clave del desarrollo: los países que permiten la entrada de nuevos competidores y no protegen a sus monopolios generan movilidad social, empleos de mayor productividad e innovación continua. Aquellos que, por el contrario, consolidan estructuras económicas cerradas, terminan atrapados en un equilibrio de bajo crecimiento, alta desigualdad y estancamiento tecnológico.
El caso peruano: más diplomas, menos innovación
El Perú encarna perfectamente el escenario de estancamiento que describen estos teóricos. La caída de la productividad y la brecha abismal entre egresados y empleos no son un accidente. Son el síntoma directo de una economía controlada por grupos concentrados que bloquean la entrada de nuevos actores. En un entorno de monopolios y rentas aseguradas, la innovación deja de ser rentable o necesaria. Las empresas no compiten por crear, sino por preservar sus privilegios.
Por eso, pese a haber multiplicado sus universidades, el Perú se mantiene entre los países con menor capacidad de innovación del planeta. Las solicitudes de patentes son escasas, la inversión privada en I+D es marginal y el tejido productivo sigue dominado por sectores primarios o de baja sofisticación tecnológica.
Una economía que no demanda talento
Esta estructura económica tiene un efecto perverso sobre el capital humano. Aunque el país invierta en educación, ese esfuerzo se desperdicia si la economía no genera demanda de trabajo calificado ni incentivos para la creatividad. La brecha de 135,000 profesionales contra 12,000 puestos de trabajo es la prueba más cruda de esta realidad. No es que los peruanos no sean innovadores; es que el sistema no los necesita y, peor aún, no les da cabida.
Por eso, el Perú exhibe un dato alarmante: 72% de informalidad laboral, un nivel extremadamente alto para su ingreso per cápita. No se trata solo de falta de fiscalización; es el síntoma de una economía que no ofrece espacio productivo para absorber a sus trabajadores. La informalidad es, en el fondo, la válvula de escape de una estructura económica cerrada, donde la mayoría debe crear su propio sustento porque el mercado formal está ocupado por pocos y no crece.
Innovar para abrir la sociedad
El mensaje del Nobel de este año es contundente: sin competencia no hay innovación, y sin innovación no hay movilidad. En el Perú, la política de desarrollo no puede seguir centrada únicamente en la educación; debe incluir una agenda de competencia económica, transparencia regulatoria y diversificación productiva.
Promover la innovación implica democratizar el acceso a la economía formal. Significa fortalecer la autoridad de competencia (Indecopi), derribar barreras de entrada, abrir financiamiento a nuevos emprendedores y vincular la formación universitaria con sectores tecnológicos emergentes. De lo contrario, seguiremos educando para la frustración: formando profesionales que el modelo económico no tiene intención de emplear.
Romper el círculo vicioso
La respuesta a la pregunta inicial es, por tanto, clara. La productividad cae no a pesar de tener más universitarios, sino porque nuestra estructura económica cerrada convierte ese talento en una amenaza para el statu quo y no en un motor de progreso.
El Perú no es un país sin talento ni sin ideas. Es un país atrapado en una estructura que no deja que la destrucción creativa ocurra. Mientras los monopolios sigan determinando qué sectores crecen, la informalidad será inevitable y el conocimiento acumulado se desperdiciará. La tarea pendiente no es solo educar más, sino liberar la competencia para que el talento nacional encuentre el espacio para transformar la economía y convertir el crecimiento en verdadera movilidad social.
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