¿Qué significado tiene que el gasto social haya aumentado notoriamente en nuestro país y que la incidencia de la pobreza no haya cambiado significativamente? ¿Por qué las remesas no han tenido un impacto importante en la reducción de la pobreza en el Perú? ¿Por qué a pesar de que ha aumentado el número de establecimientos comerciales como bodegas o restaurantes en las áreas urbanas seguimos ostentando el mismo nivel de pobreza que hace una década? Finalmente, ¿Por qué a pesar que hemos crecido de manera sostenida durante los últimos cinco años, gracias al dinamismo de unas cuantas empresas exportadoras de bienes primarios ubicadas en diferentes sub ramas de actividad económica y en diversas locaciones geográficas del país, seguimos teniendo el mismo ranking de regiones pobres en el país?
Las respuestas a estas interrogantes han sido diversas y muchas de ellas son ya un lugar común en la discusión pública. Respecto a la insensibilidad (los economistas preferimos decir: inelasticidad) de la pobreza al incremento del gasto social se ha expuesto la pobre calidad de este ultimo o sino su elevada composición en gasto corriente antes que en gasto neto en los pobres. Acerca del impacto de las remesas sobre la pobreza existen ya unos cuantos estudios que indican con claridad que ellas están destinadas precisamente a familias no pobres. Sobre el incremento del número de establecimientos comerciales familiares o compartidas con la vivienda no conozco estudios económicos que hagan explícita su relevancia con el bienestar de los llamados “nuevos pobres” citadinos. Por último, la pregunta sobre el crecimiento económico y su impacto –vía la hipótesis del “chorreo”- en el ranking de pobreza regional aun continúa demostrando que la experiencia holandesa no ha sido tomada en cuenta para inspirar políticas de desarrollo mutuamente beneficiosas para el país (me refiero tanto para empresarios transnacionales como para la sociedad peruana).
A pesar de la importancia que estos argumentos revisten para la academia y los organismos públicos y privados que trabajan en la lucha contra la pobreza quiero comentar un nuevo enfoque de interpretación del problema de la pobreza desarrollado en una investigación que realicé para el Consorcio de Investigación Económica y Social bajo el título “Cambios de la pobreza en el Perú: 1991-1998”. Esta aproximación puede tener un impacto distintivo en el diseño de programas o políticas públicas novedosas para erradicar la pobreza.
De acuerdo con mi investigación, cuando analizamos los cambios en el nivel de vida de la población según el nivel de ingresos o gastos solo obtenemos una visión incompleta del problema. Sostengo que es preciso analizar también los cambios en la estructura de ellos para apreciar si realmente la población esta dejando la categoría de pobreza. En mi estudio acerca del caso peruano de los noventa, descubrí que la composición de los ingresos per cápita muestra una tendencia desfavorable a la parte de los ingresos que provienen del trabajo y en contraste (casi como compensación) han aumentado los ingresos por cuenta del autoconsumo o autosuministro. Adicionalmente, pero en menor medida, también han aumentado los ingresos por transferencias, ya sea las que son provistas por el Estado a través de sus diferentes políticas y programas de ayuda social o aquellas que son provistas por la iniciativa privada (incluyendo las ONGs y las familias mas adineradas que ayudan a las mas pobres).
Este análisis tiene profundas consecuencias sobre como evaluamos el éxito de nuestras políticas y programas para mejorar el nivel de vida de los peruanos. Tome en cuenta que no estoy hablando únicamente de la política social sino también de la política económica. Fijémonos en primer término en la política social, que tiene que ver con toda forma de transferencias de ingresos hacia las familias con menores recursos. ¿No será acaso que la provisión sostenida en el tiempo de alimentos o cualquier otro conjunto de bienes o servicios a los que son calificados como pobres los volvemos invisibles a las estadísticas de pobreza? Piénsese un poco en las probables respuestas a esta pregunta. Dado que las transferencias de cualquier fuente y tipo son valorizadas cuando el encuestador realiza la entrevista esta claro que estos ayudan a sumar un ingreso total que hace que la familia sea contabilizada como no pobre, cuando en realidad lo continua siendo. Ello es así debido a que se la esta reinsertando (si es que antes estaba insertada lo cual no siempre es así) en el circuito económico social a través de las transferencias y no a través del mercado de trabajo. En otras palabras estamos promoviendo una economía feudal a través de la política social (concebida como transferencias únicamente) antes que una economía competitiva que genere valor que se traduzca en bienestar para la familia.
Esto sucede de igual manera con las familias no pobres que reciben transferencias monetarias del exterior o remesas. Las familias que reciben remesas de países ubicados en América del Norte, Europa o Asia, lo hacen gracias a que tuvieron éxito en insertar a sus parientes en mercados de trabajo competitivos dado que nuestro mercado de trabajo no lo es. De esta manera, estas familias no son calificadas como pobres porque nuestra economía funcione bien, sino porque la economía de los otros países es la que funciona bien. En ese sentido, son pobres invisibles para nuestra sociedad y es probable que no tengan incentivos para insertarse en el mercado de trabajo local pero si para incrementar el consumo privado. He aquí la paradoja del incremento del PBI por el gasto que no necesariamente se reconcilia con un mercado de trabajo ineficiente como el nuestro. Desde el momento que un pariente envía sus remesas, las familias beneficiarias se convierten automáticamente en franquicias territoriales de los mercados de trabajo que posibilitan tales recursos. Eventualmente, estas familias fragmentadas terminan por migrar también y el PBI se ve afectado finalmente.
Tomemos en cuenta ahora el fenómeno del incremento del autosuministro y el autoconsumo iniciado en la crisis recesiva de 1998. Antes, es preciso saber que entendemos por autosuministro o autoconsumo. El autosuministro y el autoconsumo son básicamente lo mismo: la parte de la producción de la economía familiar que se consume en ella para subsistir. La diferencia fundamental entre ambos conceptos es que el primero correspondería a una definición operativa en el área urbana y la segunda en el área rural. Mientras que una familia en Trujillo consume parte del menú comercializado en su restaurante podemos tener a una familia de las alturas huancavelicanas consumiendo la producción de parte de su parcela. El problema no es tanto que estas dos familias existan sino más bien que el numero de familias que siguen estas estrategias para sobrevivir como consecuencia de no encontrar un empleo asalariado hayan aumentado.
Debo traer a colación en este punto, que tuve la oportunidad de reflexionar en este tema en una conversación informal que tuve con Farid Matuk (ahora ex jefe del INEI) el viernes pasado, quien me hizo ver que si este fenómeno continua en nuestros días (al menos hasta el 2002 parece ser que esto sigue así) implica un claro proceso de feudalización de la economía peruana. De aquí que se explique el temor de Hernando De Soto, que con el TLC con Estados Unidos, solo el 2% de las empresas se beneficiarán de este acuerdo (en realidad su estudio original señala que es el 3%, así que es probable que sus estimaciones hayan sido actualizadas). Lo mismo podríamos señalar con el resto de acuerdos de libre comercio que se piensan firmar con economías más competitivas que la nuestra.
La anterior situación descrita me provoca cierta ansiedad académica, ¿Las políticas implementadas a principios de los noventa, no tuvieron el objetivo de hacer de la economía peruana mas competitiva? ¿No fueron todas ellas inspiradas según el famoso Consenso de Washington, es decir, a fin de hacer nuestros mercados de bienes, servicios y trabajo más competitivos? Al parecer, esto es totalmente cierto. El problema ha sido que se han implementado en un Perú dividido como lo señalé en un artículo anterior. No necesariamente dividido geográficamente, sino más bien en unas cuantas clases sociales bien definidas y polarizadas. Lo curioso del fenómeno es que, siendo el componente del autosuministro o autoconsumo el único que se presenta a favor de la reducción de la pobreza (frente a los otros componentes analizados), aquellos que cuentan con mayor calificación académica parecen competir con los menos calificados por los recursos que este componente trae.
En ese sentido, aparecen las recomendaciones fundamentales del estudio que realicé en aquel entonces: es bueno realizar políticas, programas y proyectos que provean de bienes y servicios a los pobres, pero solo en determinados casos. Mucho mejor es promover soluciones novedosas para el problema de la pobreza a través de la promoción de un mercado de trabajo inclusivo en nuestra sociedad. Esta idea me llevo a profundizar un poco mas la noción de que esta apuesta significa convertir a la política económica en política social. Si el Estado promueve políticas económicas que hacen ineficiente al mercado de trabajo para promover el desarrollo económico y social de las familias y en compensación tiene que generar una política social desconectada del mercado, o mejor dicho, genera una economía feudal paralela, entonces estamos yendo por un rumbo equivocado.
La política económica debe concebirse y evaluarse por el comportamiento del mercado de trabajo y su impacto en el bienestar de las familias. La política económica, en ese sentido, es la política social por excelencia y no son, o no deberían ser, independientes ambos conceptos, ni teórica, ni operativamente. Esta es, en definitiva, la tesis fundamental que presenté en el libro “La quimera del desarrollo en el Perú. Estilos de crecimiento y pobreza”, casi cinco años después del estudio que estoy comentando.
Resumiendo puedo señalar lo siguiente: es necesario que el bienestar de la población sea medida no solo por su dimensión de nivel sino de composición ya sea del ingreso o del consumo. La observación de los cambios en la estructura del ingreso puede llevarnos a tener una comprensión mas clara de la clase de bienestar que estamos promoviendo, una que depende de una economía dicotomizada entre mercados de trabajo competitivos y semifeudales. A nivel macroeconómico, esta perpectiva puede ayudarnos a repensar nuestras estrategias de promoción del desarrollo sobre los más pobres, creando capacidades para conectarse con el mercado antes que generar dependencias inhibidoras de iniciativas de negocio, para afrontar con éxito la pobreza.
- Mauro, Raul (2005) “La quimera del desarrollo en el Perú: estilos de crecimiento y pobreza”. Lima: Desco, 2005.
- Mauro, Raul (2001) “Cambios de la pobreza en el Perú: 1991-1998”. Lima: CIES.
Ambas publicaciones pueden conseguirse en las mejores librerias de Lima.
- Loveday, James y Oswaldo Molina (2004) "Remesas internacionales y bienestar: una aproximacion para el caso peruano". Lima: CIES.
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