Aunque la historia no suele
enseñarse de esta manera, se podría argumentar que las ciudades han jugado un
papel más importante en la transformación del mundo que los imperios. Desde
Atenas y Roma a París y Venecia o a Bagdad y Pekín, las ideas y los innovadores
urbanos han dejado marcas indelebles en la vida humana. Al concentrar el
capital intelectual de la humanidad en áreas geográficas relativamente
pequeñas, las ciudades han promovido los tipos de interacciones que fomentan la
creatividad y los avances tecnológicos. Ellas han sido los motores del progreso
a lo largo de la historia, y ahora, cuando la economía del conocimiento está
alzándose en pleno vuelo, están a punto de desempeñar un rol de liderazgo para
abordar los retos del siglo XXI.
Hace cien años, aproximadamente
dos de cada diez personas en el planeta vivían en zonas urbanas. En 1990, unos
cuatro de cada diez lo hicieron. Hoy en día, más de la mitad de la población
mundial vive en zonas urbanas, y para el tiempo en que el niño que hoy entra en
la escuela primaria cumpla 40 años, casi el 70 por ciento vivirá en las
ciudades. Esto significa que en las próximas décadas, alrededor de 2,5 mil
millones de personas se convertirán en residentes metropolitanos.
La Primera Generación Metropolitana está a punto de entrar a la mayoría de
edad. Como resultado, el mundo va a ser modelado cada vez más por los valores
metropolitanos: la laboriosidad, la creatividad, el espíritu emprendedor, y, lo
más importante, la libertad y la diversidad. Esto es un desarrollo esperanzador
para la humanidad, y un contrapeso importante de las fuerzas represivas y la
intolerancia que surgen del fanatismo religioso y que ahora representan una
grave amenaza para la seguridad de las naciones democráticas.
Cuando la Generación Metropolitana comience a asumir posiciones de liderazgo,
las ciudades se convertirán no sólo en espacios culturalmente más importantes, sino
también políticamente más poderosas. La influencia cambiará gradualmente desde
los gobiernos nacionales hacia las ciudades, sobre todo en los países que
sufren de parálisis burocrática y de estancamiento político.
Esta tendencia ya ha surgido, y
es más pronunciada en los Estados Unidos. El Congreso comenzó al reducir el
financiamiento de la infraestructura a finales de 1960, un error que, junto con
la pérdida de empleos en la manufactura, asestó un duro golpe a las ciudades.
Sin embargo, la desinversión federal también produjo un importante beneficio: las
ciudades, finalmente, reconocieron que el mejor reemplazo para el
financiamiento federal perdido fue la innovación en la política local.
Varias ciudades alrededor del mundo
han llegado a la misma conclusión. En consecuencia, muchas de las nuevas
iniciativas más importantes de este siglo, desde la prohibición de fumar
adoptada en la ciudad de Nueva York hasta el sistema pionero de tránsito rápido
de autobuses en Bogotá, han surgido de las ciudades. Los alcaldes están convirtiendo
a sus ayuntamientos en laboratorios de
política, realizando experimentos a gran escala y aplicando ideas de
gran escala para hacer frente a problemas como el cambio climático, que a
menudo dividen y paralizan a los gobiernos nacionales.
Las mismas cualidades que hacen
de las ciudades catalizadoras dinámicas para el cambio político también,
paradójicamente, las hacen fuentes de estabilidad política. Como Nassim Taleb y
Gregory Treverton escribieron a principios de este año, la fragilidad en los
países se debe a "un sistema centralizado de gobierno, una economía poco
diversificada, la deuda excesiva y el apalancamiento, la falta de pluralidad
política, y sin antecedentes de sobrevivir más allá de las crisis." Las ciudades
pueden contrarrestar cada una de estas debilidades. Ellas son, por definición,
una fuerza descentralizadora, y las más fuertes de entre ellas cuentan con economías
bien diversificadas, balances financieros sanos, un enfoque pragmático para
resolver problemas, libres de partidismo excesivo, y una gran capacidad para sobrevivir
a las crisis externas, ya sea una crisis financiera, un desastre ambiental o un
ataque terrorista.
Ahora más que nunca, las ciudades
también están colaborando más allá de las fronteras nacionales: intercambiando
ideas; formando coaliciones; y desafiando a sus gobiernos nacionales a adoptar
políticas, tales como los experimentos en la gestión de los residuos urbanos y
la educación en Curitiba, Brasil, que están demostrando ser eficaces a nivel
local. La nueva era urbana verá más medidas adoptadas para reducir la pobreza,
mejorar la salud, aumentar los niveles de vida, y promover la paz. Pero junto con
ello también vienen serios desafíos que las ciudades deberán empezar a
afrontar, como el cambio climático.
Una ventaja competitiva
Las ciudades representan al menos
el 70 por ciento de las emisiones totales de gases de efecto invernadero en
todo el mundo. Al final, ellas son las que también enfrentarán los peores
riesgos como consecuencia de estas emisiones, dado que el 90 por ciento de las
ciudades fueron construidas sobre tierras costeras. Conviene, entonces, que siendo
las ciudades las principales impulsoras y las víctimas más probables del cambio
climático que tengan el antídoto también.
El cambio climático ha hecho un
llamamiento para que las sociedades actúen con rapidez, y las ciudades tienden
a ser más ágiles que los gobiernos nacionales, que son más propensos a ser
capturados o neutralizados por grupos de intereses específicos los cuales
tienden a ver los problemas a través de lentes ideológicos antes que unos de
tipo pragmático.
La necesidad de una acción rápida
y los riesgos asociados con el cambio climático están bien documentados. El
aumento del nivel del mar es indiscutible, como lo es el calentamiento de los
océanos. Ambos pueden multiplicar la intensidad de las tormentas y los daños
causados a las ciudades costeras, como la que experimentó la ciudad de Nueva
York en el 2012 con el huracán Sandy. Además, el consenso científico sostiene
que las temperaturas más altas producirán muy probablemente grandes trastornos
en la agricultura y un incremento en las enfermedades, desplazando a
comunidades enteras y amenazando la supervivencia de especies que desempeñan un
papel integral tanto en el ecosistema como en la cadena alimentaria.
El hacer caso omiso de estas
amenazas no haría más que pasar los verdaderos costos del progreso económico
actual a la siguiente generación. A lo largo de la historia de los EE.UU., cada
generación ha hecho sacrificios para que sus hijos puedan disfrutar de un nivel
de vida más alto. Hoy en día, todo el mundo se enfrenta con la necesidad de
poner en primer lugar a las futuras generaciones, pero esta vez, ningún
sacrificio será necesario. De hecho, los métodos más eficaces de lucha contra
el cambio climático son también la mejor manera de mejorar la salud pública y de
aumentar los niveles de vida.
Tradicionalmente, el desarrollo
económico urbano se ha centrado en la retención de industrias y atraer nuevos
negocios con paquetes de incentivos. Pero en el nuevo siglo, un modelo
diferente y mucho más eficaz ha surgido: centrarse en primer lugar en la
creación de las condiciones que atraen a la gente. Cada vez más las ciudades están
demostrando que el talento atrae al capital de manera más eficaz que el capital
atrae al talento. La gente quiere vivir en comunidades que ofrecen estilos de
vida saludables y favorables a la familia: no sólo buenas escuelas y calles
seguras, sino también aire limpio, parques hermosos y sistemas eficientes de
transporte masivo. Y donde la gente quiere vivir, las empresas quieren
invertir.
Para los alcaldes, la reducción
de la contaminación por carbono no es un costo económico; es una necesidad
competitiva. A principios de este año, Pekín anunció que iba a cerrar sus
centrales eléctricas de carbón, ya que los beneficios financieros marginales que
esperaban obtener fueron hundidos por sus costos netos, entre ellos los de
atención de la salud y la inversión económica no percibida. El aire sucio es un
compromiso importante para el entorno empresarial de una ciudad.
Beijing no es la última ciudad que
reducirá su huella de carbono por razones económicas. De hecho, uno de los
mayores cambios en la gobernanza urbana en este siglo ha sido el reconocimiento
de los alcaldes que la promoción de la inversión privada requiere la protección
de la salud pública. La congruencia entre la salud y los objetivos económicos
es también el mayor progreso en la lucha contra el cambio climático.
Los alcaldes ya no ven primariamente
a la economía y el medio ambiente como prioridades en conflicto. En cambio, los
ven como las dos caras de una misma moneda. Es por eso que los alcaldes han
acogido con tanto entusiasmo el reto de la lucha contra el cambio climático
como un medio para promover el crecimiento económico, y ahora tienen muchas
herramientas a su disposición para hacerlo. Por ejemplo, el simple acto de
plantar árboles puede ayudar a refrescar los barrios y limpiar el aire. En la
ciudad de Nueva York, en 2007, se creó una asociación público-privada con las
organizaciones sin fines de lucro y las empresas para plantar un millón de
árboles en toda la ciudad.
La modernización de las redes de
transporte ofrece la más clara y, en muchos casos, la más grande-ganancia ambiental
y económica para las ciudades. Desde la introducción de las máquinas de vapor
en la ciudad de Nueva York hasta los teleféricos de San Francisco, las ciudades
siempre han sido innovadoras en lo que respecta al transporte. En los últimos
años, los programas de préstamo de bicicletas han dado a las ciudades una nueva
configuración de redes de transporte público, y cada vez más ciudades están
invirtiendo en autobuses eléctricos, en flotas de taxis de bajo consumo de
combustible, y en las estaciones de recarga de vehículos electrónicos.
Los edificios ofrecen otra
oportunidad importante para el progreso. Desde Londres a Seúl, las grandes ciudades
han iniciado programas de reconversión a gran escala de sus edificios
existentes, instalando todo: desde la iluminación LED hasta los sistemas de
calefacción y refrigeración que extraen su energía de la tierra bajo los
edificios. En Nueva York, alentamos a los propietarios de los edificios a
pintar sus techos de blanco para ahorrar en sus costos de refrigeración, que,
junto con muchas otras medidas, ayudó a la ciudad a reducir su huella de
carbono en un 19 por ciento en tan sólo ocho años.
Las ciudades también están
jugando un papel principal en la adaptación al cambio climático. Por ejemplo,
el Noveno Distrito Bajo de Nueva Orleans, la zona más afectada por el huracán
Katrina, se ha convertido en un líder nacional en la adopción de energía solar
en las azoteas. Mumbai, reconociendo la efectiva protección proporcionada por
los manglares ante las marejadas, se ha movilizado de manera efectiva para
protegerlos y nutrirlos. Y en la ciudad de Nueva York, después del Huracán
Sandy, hemos desarrollado y comenzado a implementar un plan integral a largo
plazo para mitigar los efectos de las grandes tormentas.
El liderazgo urbano sobre el
cambio climático también ha llevado a un nivel de cooperación entre ciudades sin
precedentes. El Grupo de Liderazgo de Ciudades contra el Cambio Climático conocida
como C40, en la cual me desempeño como Presidente de la Junta, ha reunido a más
de 75 ciudades que se han comprometido a compartir las mejores prácticas y la
difusión de soluciones comprobadas. La evidencia es clara en cuanto a que esta
estrategia de redes de trabajo está funcionando, ya que muchos proyectos de
reducción de carbono se han extendido a varias ciudades de todo el mundo. Por
ejemplo, en el 2011 sólo seis ciudades del grupo de la C40 tenían programas de préstamos
de bicicletas. En el 2013, 36 de ellas ya las tenían. Como alcalde de Londres,
Boris Johnson, dijo en 2013, "Al compartir las mejores prácticas entre la C40
y apropiarse atrevidamente de las mejores ideas de otras ciudades, podemos
tomar acción sobre el cambio climático y mejorar la calidad de vida de nuestros
residentes."
Las ciudades también están
trabajando juntas a través del Pacto de los Alcaldes, una iniciativa
desarrollada por la C40 y otras redes urbanas para ayudar a las ciudades a
medir el avance hacia la reducción de gases de efecto invernadero y hacerlas responsables
de sus propios resultados. Esto brinda razones adicionales a los gobiernos
nacionales para establecer objetivos ambientales ambiciosos y empoderar a las ciudades para que abran el
camino para alcanzarlos.
A prueba del clima
Un estudio realizado por
Bloomberg Philanthropies y las ciudades miembros de la C40 el 2014, en conjunto
con el Instituto Ambiental de Estocolmo, encontró que si las ciudades actúan
agresivamente, podrían reducir sus emisiones anuales de carbono en
aproximadamente cuatro mil millones de toneladas más allá de lo que los
gobiernos nacionales están actualmente en camino de hacerlo, en sólo 15 años.
Eso sería equivalente a la eliminación de alrededor de una cuarta parte de las
emisiones de carbono de hoy en día.
De hecho, el cambio climático
puede ser el primer problema global donde el éxito dependerá de cómo se proveen
los servicios municipales tales como la energía, el agua y el transporte a los
ciudadanos. Recién las ciudades han comenzado a aprovechar las oportunidades
que tienen para hacer cambios que pueden producir beneficios tanto locales como
globales. La cantidad de infraestructura que se construirá a mediados de siglo
es unas cuatro veces más que el total disponible en la actualidad.
La modernización de las redes de
infraestructura es costosa, pero no necesita tener un costo prohibitivo. Los
gobiernos municipales están recurriendo cada vez más a los inversores privados
para ayudar a financiar este tipo de proyectos, y es una asociación natural.
Después de todo, la mayoría de las empresas están localizadas en las ciudades,
y la mayoría de las ciudades están en ubicadas en aguas costeras. Ambos, los
alcaldes y los gerentes generales tienen un incentivo para mitigar los peores
efectos del cambio climático. Cada vez más países y empresas están reconociendo
que los costos incrementales de construir infraestructura baja en carbono y resistentes
a los desastres son modestos en relación con los beneficios económicos
obtenidos.
Las empresas están cada vez más
dispuestas a aportar capital para proyectos de infraestructura que luego les
permitan obtener una parte de los ingresos resultantes. Las asociaciones
público-privadas hacen que esto sea posible, y ellos están ayudando a financiar
grandes proyectos alrededor del mundo, desde la construcción de un nuevo túnel
en Miami que permite el tráfico portuario eludiendo las calles del centro de la
ciudad hasta la construcción de prácticamente una nueva ciudad por el gobierno
municipal en Shantou, China.
En otros casos, las empresas
están pidiendo únicamente que los gobiernos despejen todos los obstáculos
regulatorios que les impiden invertir y beneficiarse. En los Estados Unidos,
por ejemplo, una serie de Estados, como Florida, tienen leyes que impiden a las
empresas de energía solar el arrendamiento de paneles solares para los
propietarios de viviendas, a pesar de que el modelo ha tenido éxito en
California y en otros lugares. Muchos otros estados, como en New Hampshire, disuaden
que las utilidades entren al mercado de la distribución de energía renovable.
Estas barreras artificiales de mercado perjudican a los consumidores y
obstaculizan los esfuerzos para enfrentar el cambio climático, y las ciudades
pueden ayudar a abrir el paso en el impulso para su eliminación.
Al igual que las empresas, los
gobiernos municipales también pueden encontrarse con barreras que impiden las
inversiones sostenibles. Para pedir dinero prestado en los mercados de capital,
por ejemplo, las ciudades necesitan una calificación crediticia; fuera de los
Estados Unidos y Europa, no obstante, muchas de ellas no las tienen. El Banco
Mundial estima que sólo el cuatro por ciento de 500 ciudades más grandes del
mundo en desarrollo tienen calificaciones de crédito internacionalmente
reconocidas, y sólo el 20 por ciento tiene una calificación doméstica. Sin
embargo, estas ciudades tienen una demanda anual de proyectos de
infraestructura en transporte, energía, tratamiento de residuos y suministro de
agua de alrededor de $700 mil millones. Facilitarles el acceso al crédito
podría convertirse en una de las maneras más eficaces para luchar contra el
cambio climático, impulsar el crecimiento económico y mejorar la salud pública.
Arreglar el problema debería ser
relativamente fácil. En Perú, por ejemplo, el Banco Mundial ayudó a la ciudad
de Lima a asegurar una calificación crediticia por lo que podría recaudar $130
millones para modernizar su sistema de tránsito rápido de autobuses. El nuevo
sistema de buses reducirá drásticamente la contaminación por carbono, y le
ayudará a reducir la congestión vehicular, ahorrar dinero a las empresas y mejorar
la productividad. El proyecto representa un ejemplo más de la alineación natural
entre objetivos ambientales, salud y económicos.
Los países también pueden potenciar
a sus ciudades para que logren sus metas al dejarles la libertad para que
regulen sus propias fuentes de alimentación. Los alcaldes de algunas ciudades,
como Chicago, Seattle, Helsinki, y Toronto, gozan de diversas formas de apalancamiento
sobre sus suministros de energía. Algunos son dueños de su propia energía,
otros poseen el sistema de distribución, y otros tienen la autoridad para
firmar contratos con cualquier generador de energía independiente que
seleccionen. El gobierno chino ha dado a grandes ciudades, como Shenzhen,
poderes ampliados para cambiar el carbón por formas de energía más limpias. En
Dinamarca, el gobierno nacional decidió otorgar poderes regulatorios
independientes a Copenhague. La ciudad ahora está en el camino hacia la total neutralidad
de carbono, con el objetivo de alcanzar cero emisiones netas al cabo de una
década.
Los gobiernos centrales no se
apresuran a delegar el poder, pero lo están haciendo con mayor frecuencia al
reconocer los beneficios nacionales que pueden devenir de un mayor control
local. Esta tendencia se acelerará cuando el mundo se vuelva cada vez más
urbanizado y las ciudades se vuelvan más interconectadas entre sí, promoviendo
la difusión de las mejores prácticas a través de las fronteras nacionales.
Será un gran desafío para las
naciones dar cabida a la marejada de población urbana que se avecina. En la
mayoría de los casos, las poblaciones urbanas están creciendo sobre
infraestructura anticuada o sobre ninguna infraestructura en absoluto. Sin
embargo, los avances en la tecnología están haciendo posible los avances en la transformación
de la infraestructura, lo que permitirá a las ciudades del mundo en desarrollo a
ponerse al día, e incluso saltar a ciudades bien asentadas hacia la construcción
de metrópolis modernas.
No hay mejor ejemplo de esto que
la energía solar, que puede ahorrarles a los gobiernos los gastos de construcción
de nuevas y costosas redes de transporte de energía. El modelo tradicional de
una planta proveedora de energía centralizada a una región entera implica
enormes costos. Pero las microrredes de energía solar y la distribución de otras
energías renovables pueden proveer de energía de una manera mucho más
eficiente.
Las naciones y las ciudades que fallen
en prepararse para los riesgos de la explosión de la población urbana, o para el
empeoramiento de las condiciones de los tugurios que asustan a los inversionistas,
perpetuarán una subclase permanente, e impedirán el progreso nacional. La mejor
manera de prepararse no es mediante la implementación de programas centralizados
de arriba hacia abajo, de una sola talla para todos, sino más bien por ciudades
empoderadas para resolver problemas por sí mismos, invirtiendo en su futuro, y
aprovechando el potencial de sus residentes.
El desafío que enfrenta la
Generación Metropolitana, esto es, construir ciudades modernas para una nueva
civilización urbana es tanto monumental como esencial. El éxito extenderá la
prosperidad a nivel mundial, y la innovación en las ciudades ayudará a reducir
las diferencias entre los países desarrollados y el mundo en desarrollo. Los líderes
urbanos deberán ser lo suficientemente fuertes como para acoger y tratar como
iguales a todos aquellos que busquen oportunidades y no como ciudadanos de
segunda clase. También deberán ser lo suficientemente previsores para
invertir en infraestructura que genere los máximos beneficios económicos,
ambientales y de salud.
La ciudad no podrá reemplazar al
Estado-nación en la búsqueda de soluciones climáticas o políticas para reducir
la pobreza, mejorar la seguridad, combatir la enfermedad, y expandir el
comercio. Los líderes de las ciudades buscarán no desplazar a sus contrapartes
nacionales, sino más bien convertirse en
plenos socios de su trabajo- un acuerdo que los líderes nacionales consideran
cada vez más no sólo como algo beneficioso, sino también necesario.
Traducción libre por Raúl Mauro.
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