Haciendo gala del uso y conocimiento de la juvenil jerga limeña, Mirko Lauer comenta la queja de Martha Chávez contra el intento de la familia Fujimori en establecer una dinastía política, a través de la relación Padre-Hija,
Así que en ambos casos, hablar de una propuesta mofostrofólica y culebrítica, tal como propone el autor, corresponde a las puras ganas de poner adjetivos poco conocidos pero que producen cierta gracia en el lector.
Fundar una dinastía presidencial, aunque sea una breve de tipo papá-hijo como hay varias en Colombia y ahora último una notoria en EEUU, o las fórmulas argentinas de tipo un matrimonio-dos-presidentes, exige un mínimo de estabilidad institucional. En el Perú ya es bastante que los presidentes concluyan sus periodos, cuando lo hacen. Presidencializar al hijo o hija ya es de una ambición mofostrofólica, y hasta culebrítica.No hay diccionarios que aborden estas palabras, pero algunos como en esta web, señalan que mofostro significaría 'muy bueno'. La mezcla con la palabra fólica o (fólico si fuera masculino) parece ser una atrevida innovación del redactor en estos cantos del lenguaje pues no creo que tenga sentido si pensamos en la vitamina B y sus muy buenas propiedades para el desarrollo de los bebes en el vientre materno. Por su parte, la palabra 'culebrítica' hace la idea de una mujer que danza de tal forma que pareciera ser el movimiento de una culebra. La adaptación o deformación obedece al son de la canción (ver letra aquí) cuya rima atorrante hace mucho énfasis en las terminaciones 'tico' y 'tica'.
Más aun, una rápida revisión muestra la tendencia de los presidentes peruanos a salvar a sus hijos de las miserias de la vida política en las alturas y de los sinsabores de una alucinación monárquica. Esos jóvenes suelen ser personas que llevan adelante vidas profesionales privadas, en áreas alejadas de la actividad de su padre. No se desviven por el sillón de Pizarro.
Debemos entender que los presidentes les desean a sus hijos lo mejor, y que a la vez desean ahorrarles la frustración de pasarse la vida emulando al padre exitoso. Pues no todo corre en la sangre, y las hambres toreras o las cadenas de casualidades que llevan a las presidencias menos. Hay ejemplos de más para demostrarlo.
Así que en ambos casos, hablar de una propuesta mofostrofólica y culebrítica, tal como propone el autor, corresponde a las puras ganas de poner adjetivos poco conocidos pero que producen cierta gracia en el lector.
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