No se trata de evaluar la mano de obra peruana en términos de cual es el nivel educativo promedio con el que cuenta. Se trata de que podamos tener una idea vaga de si efectivamente nuestra fuerza laboral puede responder a las demandas de la dinámica productiva que está constantemente en cambio.
Una estadística reportada por la OCDE puede darnos vislumbres sobre cuál es la situación en la que nos encontramos. El gráfico nos presenta el porcentaje de individuos de la fuerza laboral de varios países que no cuenta con habilidades básicas para su desempeño laboral, es decir, lenguaje, matemáticas y solución de problemas. El único país latinoamericano que aparece es Chile, un vecino con el que solemos compararnos por el cobre y otras perlas más.
Resulta que para comenzar Chile ocupa el último lugar de los países comparados, que forman parte de la OCDE. Pero lo más dramático es que un poco más del 40% de su fuerza laboral no cuenta con las habilidades básicas para desempeñarse en el mercado de trabajo. Esto significa un fuerte desafío para impulsar la productividad laboral a pesar de contar con recursos y avances en otras dimensiones.
Con todo el debate que se ha abierto a escala global sobre el futuro del trabajo, ¿Cuál creen que sea el porcentaje correspondiente para nuestro país? ¿50%, 60%, 70%? Con una población con tal precariedad en su capital humano básico acumulado, no hay estrategia de formalización que sirva bajo la excusa de elevar la productividad. Lo que no ha podido garantizar nuestra política educativa, ¿Lo compensará una reforma en nuestra política laboral?
El ahora trillado PNCP tiene dentro de sus 9 objetivos, uno que aborda esta problemática (OP2). Sin embargo, es preciso señalar que el debate público parece orientarse más sobre cómo flexibilizar las relaciones empleador-trabajador (OP5) antes que definir las políticas y programas que impulsen la capacitación laboral como una forma concreta para elevar la productividad del trabajo.
Cuando la tristemente célebre ley "pulpín" estuvo en boga, tuve la oportunidad de escuchar en el Congreso a varios sindicatos conformados por jóvenes que para mi sorpresa su reclamo prioritario era precisamente ese: que no podían costear, ni tenían tiempo, para estudiar y especializarse y poder así conseguir un trabajo mejor remunerado. Se sentían esclavos de las empresas en las que trabajaban y les indignaba terriblemente que una reforma laboral busque recortarles los pocos derechos laborales que la actual ley todavía les reconoce.
La idea es que los propios jóvenes desean elevar su productividad, pero la empresa no les brinda la oportunidad ni las facilidades para hacerlo. El costo social es que al no hacerlo, pronto ese joven envejecerá y se perderá la productividad que pudo haber aportado en empleos más productivos. Luego la empresa lo verá como costo porque las relaciones laborales serán más asfixiantes y demandantes que solo un nuevo joven tolerará. Resultado, toda una cohorte poblacional quemada.
Es necesario actuar de manera consistente. Hagámoslo por los jóvenes y por el Perú.
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