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jueves, septiembre 25, 2008

Problemas con el nuevo indicador de pobreza

Social Watch ha presentado hace poco un indicador de pobreza alternativo al elaborado por el Banco Mundial. Este indicador, llamado ICB (Índice de Capacidades Básicas) deja de lado los complicados y costosos procedimientos necesarios para calcular el nivel de ingreso o de consumo de las familias, por un conjunto de indicadores que son más eficientes y sencillos de obtener. Estos permiten observar y comparar con facilidad los logros obtenidos en los niveles de vida de la población, centrados en las dimensiones de salud y educación de la población, ya sea intertemporalmente, a escala nacional o subnacional, o entre países según sea requerido. 

La lectura obtenida de este indicador calculado para 176 países deja un panorama desalentador frente al forzado y exagerado optimismo del Banco Mundial sobre sus nuevas cifras de pobreza: apenas 21 países han logrado avanzar significativamente, en tanto 77 países se encuentran estancados o en peor situación que la observada a principios de siglo. De estos últimos, se estima que los países del Africa Subsahariana alcanzarían un nivel de vida aceptable en el siglo XXIII.

Personalmente, valoro esta propuesta alternativa para la medición de la pobreza, al incorporar un enfoque de capacidades, ya probado previamente por el Indice de Desarrollo Humano desarrollado por el PNUD sobre la base del marco teórico propuesto por el laureado premio Nobel, Amartya Sen. Sin embargo, encuentro que el ICB sufre de importantes debilidades técnicas y prácticas que ocasionan que su cálculo, interpretación y posterior utilización en la formulación y evaluación de políticas públicas sea poco recomendada.

Revisemos las razones por las que sustento tal declaración. 

Comencemos revisando la metodología propuesta para elaborar el ICB (ver aquí, pdf). 

De acuerdo con el cuadro de texto extraido del documento metodológico del ICB, nos damos cuenta que estamos ante un indicador resumen tan simple que puede ser calculado por cualquier persona que cuente por lo menos con educación secundaria básica. Es probable que se halla hecho tal declaración en el Informe del ICB 2008 porque existen muchos países y localidades del mundo donde muy posiblemente ese sea el único recurso humano disponible para valorar su respectivo nivel de vida promedio. 

Pero la simplicidad de cálculo del indicador en cuestión, no puede ser invocada como si del criterio de la navaja de Occam se tratara. Como se sabe, se recurre a este criterio cuando teniendo dos teorías que producen mas o menos el mismo resultado, se descarta la que es más compleja o costosa. Es un criterio de eficiencia metodológica en la ciencia. Pero este no es el caso para el indicador propuesto, aunque en el límite, en algo ayuda este principio para atraer la atención sobre el mismo. Ciertamente, la teoría que sustenta la medición de la pobreza a través del conteo de personas por debajo de un determinado nivel de ingreso o consumo de referencia se ha vuelto innecesariamente compleja a través del tiempo. Atrás ha quedado el prolijo y didáctico trabajo realizado por J. Rowntree para medir el nivel de vida de los pobladores de York, Inglaterra, publicado a principios del siglo XX (ver aquí, google books). 

Dicha investigación palidece ante el proceso de la medición y evaluación de la pobreza que se ha convertido en una maquinaria compleja de recolección, procesamiento y análisis de la información que es dominado por muy pocos investigadores a nivel mundial con acceso oportuno y privilegiado a las bases de datos de las Encuestas de Hogares que se aplican en países en desarrollo. Esta oportunidad les permite obtener rentas académicas ricardianas por encima de otros investigadores del orbe por la publicación novedosa de sus análisis desde centros que ganan legitimidad por fomentar este proceso de producción de conocimiento para la formulación y evaluación de políticas en todo el mundo. 

Con ello, los crecientes problemas y convulsiones sociales patentes en el mundo en desarrollo chocan abiertamente con la historia descrita por el programa de investigación vigente, dominado por el lema misional, "a world free of poverty". Resulta poco creíble explicar que la pobreza haya bajado significativamente cuando los países desarrollados no han cumplido con la cuota de su compromiso de ayuda oficial para el desarrollo de los países más pobres. También resulta poco creíble que la pobreza haya bajado en un entorno macroeconómico pujante para los países en desarrollo -vivido hasta hace poco-, cuando los niveles de desigualdad global han probado ser iguales o más elevados que en los últimos treinta años. Pero finalmente, resulta poco creíble apreciar los cambios en los niveles de pobreza (ya sea a favor o en contra) cuando las cifras no pueden ser validadas o reproducidas de una manera más o menos razonable y ventajosa por investigadores de los países que son beneficiarios del Banco. Paradójicamente, cada vez van aumentando los casos de gobiernos locales o nacionales que buscan medir la pobreza de manera alternativa e independiente del Banco, como son los casos de New York o la propia China. Esta es una práctica saludable que considero debiera ser incentivado en nuestro país, y en general en los países suramericanos.

Un segundo problema encontrado en la construcción del indicador es el de la equiponderación de los tres componentes. No se formula un criterio razonable para sustentar dicha ponderación igualmente prioritaria para los componentes del ICB. Este problema también fue señalado para el caso del Indice de Desarrollo Humano, sin embargo, la discusión generada en torno al ranking del avance de los municipios elaborado sobre la base del IDH terminó cuando se señaló que los tres componentes del IDH son igualmente deseables por una determinada sociedad.

Un tercer problema es el hecho es que, en realidad, luego de una observación detenida de los indicadores existe un sesgo a priori en la medición de las cuestiones de salud en detrimento de las educacionales. En efecto, los componentes "sobrevivencia de menores de 5 años" y "porcentaje de madres atendidas por profesionales de la salud" forman parte del componente salud; mientras que el indicador "porcentaje de niños que llegan a 5 grado de primaria". Tenemos 2 contra 1. ¿A qué obedece dicho diseño? ¿Es más importante la salud que la educación? ¿Son los indicadores de salud más importantes que los de educación como para que para este último quede subrepresentado? Es probable que algunos profesionales, sobre todo de la salud señalen que sí. Pero esta ponderación puede imprimir una mayor velocidad a los cambios en los niveles de vida si sólo se hace énfasis en el tema de salud, compensando el poco o nulo avance que se pueda lograr en el componente educativo.

Un cuarto problema, más grave, se encuentra al evaluar lo que cada uno de los indicadores estaría representando y que no.  En el caso de la cobertura educativa, está claro que países como el Perú por ejemplo, tiene asegurado el acceso a la educación básica universal, pero la calidad ofrecida por el sistema de educación pública es tan baja que diversas mediciones realizadas señalan que nuestro país queda entre los últimos lugares del ranking de países que forman parte de estos estudios. Por ello, antes que un indicador de cobertura, sería preferible utilizar un indicador de calidad para el componente educativo. 

En el caso de la mortalidad infantil existe mayor consenso sobre la pertinencia y objetividad de su uso. Pero es el indicador de porcentaje de partos atendidos por profesional especializado el que en algunos contextos puede generar problemas de lectura. En efecto, en el caso peruano, se han evidenciado diversos problemas en torno a la falta de pericia profesional del personal calificado para asistir en los partos, provocando que las madres, mas allá de las cuestiones culturales, prefieran no ser atendidas por este personal. De alguna manera, las perversas políticas de control de la natalidad aplicadas en el reciente pasado han contribuido a esta desconfianza frente al personal calificado para que atienda los partos ocurridos en las áreas rurales principalmente.

Finalmente, haría poca justicia en someter este indicador a los axiomas de monotonicidad y transferencia propuestos por Sen. Digo esto porque Sen los formuló sobre la base del indicador de ingreso per cápita (ver aquí como se usan estos criterios para evaluar la pertinencia del índice FGT, Jstor):
  • Axioma de Monotonicidad: Ceteris paribus, una reducción del ingreso para una persona, debe incrementar la medida de la pobreza.
  • Axioma de Transferencia: Ceteris paribus, una transferencia pura de ingreso de una persona pobre a otra que es más rica debe incrementar la medida de la pobreza.
Dado que el indicador propuesto por Social Watch no utiliza el indicador del ingreso, sino que más bien lo evita, los axiomas señalados pierden relevancia para evaluar las características deseables que debería tener un indicador novedoso para medir la pobreza. 

Es importante señalar que el indicador ICB, tampoco podría cumplir con el axioma de descomponibilidad en subgrupos poblacionales señalado por Foster, Greer y Thorbecke en el documento de investigación revisado más arriba, debido a su fijación en el indicador de ingresos/consumo tal como está propuesto. Sin embargo, es posible encontrar indicadores ICB para subgrupos poblacionales, siempre y cuando se puedan identificar los datos para los indicadores componentes para los subgrupos especificados.

Por las razones señaladas, creo que el nuevo indicador de pobreza propuesto por Social Watch necesita una mayor discusión para poder recoger con mayor precisión los niveles de vida de la población que pretende caracterizar.  Con todo, asiento con la idea de proponer indicadores alternativos al fijado por el Banco Mundial en torno al consumo/ingreso ya que este ha provocado la pérdida del foco en dimensiones más amplias para valorar los niveles de vida de la población de los países en desarrollo, y diseñar políticas más asequibles para cada una de las realidades que se pretende mejorar.


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